Simona Santana's Obituary
En Memoria de Simona Santana
En la madrugada del 16 de mayo de 1924, en San José de Los Guajes, Jalisco, México, nació nuestra amada madre Simona Santana, hija de Domitila Pérez y Cresencio Santana. Fue la segunda de dieciséis hermanos: seis de padre y madre, y diez más de su querida nina Guadalupe Ortiz. A los diez años, la vida le arrebató a su madre, pero el amor inquebrantable de su padre y de su abuelita, María García Macedo, la cobijaron y moldearon su carácter. En 1938, unió su vida a la de Daniel Santana, y juntos construyeron un hogar cimentado en la fe, el amor y la tradición. Devota católica y fiel a sus creencias, fue madre de ocho hijos —María, Virginia, José, Elena, Irene, Luz, Rosa y José de Jesús— de los cuales seis siguen honrando su memoria. Dios la bendijo con una familia extensa: 27 nietos, 47 bisnietos y 9 tataranietos.
A los 44 años, Simona tomó la valiente decisión de emigrar a los Estados Unidos, donde más tarde se convirtió en orgullosa ciudadana. Su vida estuvo marcada por una fortaleza admirable, un ingenio natural y un sentido del humor capaz de iluminar cualquier corazón. Su hogar siempre fue un refugio de risas, calidez y bienvenida para todos. Disfrutaba cuidar su jardín, probar suerte en el juego de vez en cuando y, sobre todo, compartir el tiempo con su familia. Encontraba gran alegría en ayudar a sus hijos, cuidar de sus nietos y llenar su cocina con los aromas reconfortantes de sus guisos, especialmente de su salsa especial de Daniel, preparada con tanto amor que se convirtió en una tradición familiar.
Durante sus últimos 16 años de vida, fue cuidada con profundo amor y dedicación por su hija mayor, María Álvarez. La vida de Simona fue un canto a la fortaleza, la generosidad y la fe profunda. Hoy, su espíritu, su alegría y su amor siguen vivos en los corazones de quienes la conocieron, y su legado se extiende por las muchas generaciones que la llaman madre, abuela y amiga. Agradecimientos: Expresamos un especial agradecimiento a toda la familia que la visitaba, llenándole el corazón de alegría con sus reuniones, comidas y momentos de convivencia.
También agradecemos profundamente al padre de la iglesia y a los voluntarios que, con dedicación y cariño, le llevaban la Sagrada Comunión cada semana, fortaleciendo su espíritu y alimentando su fe hasta el final de sus días. Hoy, mientras nos despedimos, elevamos nuestras oraciones al Señor para que la reciba en Su reino eterno.
Que la luz que guió su vida continúe iluminando nuestro camino y que su memoria sea siempre bendición. Que descanse en la paz eterna del Señor, y que su amor permanezca vivo en nosotros por siempre.
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